Enamoramiento juvenil en la Iglesia (parte I)


A medida que avanzan los años, la globalización y el internet logrado que las parejas de enamorados, pololos, novios, etc. (según tu país) haya aumentado en los grupos juveniles, movimientos o núcleos a los que asistes, y esto directamente proporcional a dolor de cabeza de tu párroco, tu sacerdote, tu guía espiritual, director, coordinador y compañeros de camino.

¿Si es un asunto de dos porqué hay tanta gente metida? Simple y sencillamente porque en la Iglesia Católica se contempla la visión de “comunidad” donde se toma consciencia de que toda decisión impacta en alguna medida con los demás, vivimos en un mundo de relaciones; esto, a sabiendas de que la sociedad fuera del contorno eclesial impone otra pauta libertaria: “lo que hago es problema mío”.

Durante algún tiempo algunas parroquias optaron por ignorar esta realidad y enseñando a sus jóvenes fieles a que en el ámbito religioso todos eran hermanos y las muestras de afecto (más allá de la amical) no eran las más adecuadas; y esto ocasionó, en la mayoría de casos, un índice elevado de deserción de asistentes y el destape de casos como embarazos no deseados, abortos, escapes de casa, etc. sin contar con el resquebrajamiento de la unidad parroquial y hasta la desaparición de grupos prometedores.

El número de fieles no es una prioridad en la Iglesia (por más que afuera se diga lo contrario) pero si lo es la conversión de almas, y el ignorar esta realidad sin abordarla como medio perfecto de evangelización no fue de las mejores técnicas.

Ahora tenemos a una sociedad de jóvenes católicos y practicantes que creen que el amor es un sentimiento, que se puede convivir antes del matrimonio y que la separación del cónyuge es una opción humana y hasta divina, entre otras cosas; nada más lejos de la realidad. Sin embargo ha es nuestra responsabilidad cambiar las cosas.

Abordar la realidad de los enamoramiento juveniles en la Iglesia es catequizar para un matrimonio seguro, enseñar a los jóvenes a amar de verdad, inspirarlos en la teología de la cruz, avivarlos en la apropiación y entrega del propio cuerpo y admirar agradecidamente por la libertad que se posee, poniendo a Dios como centro de una relación que tienda siempre a una mayor perfección en el amor.

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